sábado, 29 de noviembre de 2025

Postales de una Venezuela bajo amenaza de invasión

 




A cuatro meses de la presencia militar norteamericana frente a las costas de Venezuela, la gente sigue su vida cotidiana sin la zozobra y sobresaltos que desde las redes sociales y actores de la derecha venezolana pretenden mostrar, sin por ello negar la angustia que en familiares y amigos que viven en el exterior generan, irresponsablemente. Aquí no domina el pánico, pero tampoco la indiferencia.

Postales del Mar Caribe (1). El Capitán Johnny Rodríguez aún no tiene claro si su destino será acantonar en la Isla de Puerto Rico, o flotando sobre las aguas al ritmo de las olas del Mar Caribe. Mientras sus superiores lo ilusionan con repetir la hazaña de la invasión a Panamá y lo inflaman de un extraño coraje con las aventuras épicas en Medio Oriente, el capitanito va a invadir a sus congéneres como carne de cañón,  para pagar en su condición de migrante hispano, el derecho de estadía en Estados Unidos.

Postales del Mar Caribe (2). La red ya está en el agua y contra todas las prevenciones dadas en tierra, venció el presentimiento de una buena pesca. El mar y el cielo se juntan en el horizonte, postal espléndida apenas malograda por los espectros de los barcos gringos.

Mientras los pescadores van tras la huella del cardumen, el viento desparrama los cuentos de lanchas bombardeadas y la incertidumbre toma la forma de una ola gigante.

La brisa adelanta antes que la imagen sea perceptible, el ruido de un motor desconocido, de palabras perifoneadas en un inglés rudo y marcial, y contra los hombres de pieles curtidas por el sol y el salitre, cae la prepotencia yanqui asaltando la embarcación atunera, y el derecho internacional, navega a la deriva.

Estampitas canónicas.  Hurgan en el cielo las doñas, los carajitos divertidos buscan formas en las nubes, la muchedumbre en procesión llena de suspiros y rezos y ayesmidios las callecitas del pueblo de Isnotú,  mientras el dios de las redes sociales da las buenas nuevas de aviones y drones que surcarán Los Caracas. Pero los párpados de los venezolanos están cerrados en sacrosanta devoción pues ahora Venezuela tiene flamante santo, y el sombrero de José Gregorio que corona su cabeza en su ciclópea estatua erigida en distintas plazas del país, desafía los imaginarios truenos de aviones de combate.

Postales de la dignidad (1). Su madre la arrulló entre sueños de pasarelas y relatos de reinas coronadas, de pasos de princesas y desplazamientos felinos, de salvas de aplausos que se mezclan con el disparo de los flashes y la grave voz del presentador que perifonea las habilidades y atributos de la aspirante a Miss Venezuela.

Pero ahora la modelo se pone a salvo del mercado de los cuerpos y se desplaza por una soga cruzando un arroyo alentada por los víctores de sus  camaradas, y en la ceremonia de premiación de las pruebas superadas, la hermosura desaliñada recibe su Kalashnikov.

Postales de la dignidad (2). María pone al fuego las últimas arepas para que desayunen los pequeños que quedan  a cuidado de su hija mayor; tiene una vida pesada como su humanidad, del casi mismo volumen que su determinación de que los suyos no crezcan en un país donde los pitiyankis los rocíen con combustible y los hagan arder por negros y pobres. Se mofa el presidente del imperio decadente de la humanidad de María, de sus pasitos cortos venciendo la obesidad y el peso del fusil, se jacta el muy imbécil y los muchos imbéciles en las redes, porque ven el cuerpo, no el ojo que apunta.

Postales de la Matria. ¿Y si dios fuese mujer?, se piensa muy para sus adentros la Charo que no quiere blasfemar en voz alta contra ese dios patriarcal, dios de la guerra y del mercado, omnipresente en las etiquetas and company, y todopoderoso en los portaviones marinos que flotan sobre el Caribe. ¿Y si hacen de Petare, Gaza, y de la patria un enorme agujero humeante, de las montañas quesos, y de la selva desierto?

Mucho se pregunta la Charo y mucho se responde, y muchas respuestas busca en otras preguntas con otras mujeres, ésta Jefa de Calle que distribuye los alimentos con amor de Matria.

Postales del Metro (1). Los domingos el metro pierde su fisonomía de carne humana enlatada y es posible que viaje entre los pocos laburantes del séptimo día, un perro callejero. Entre vendedores ambulantes ciegos, carameleros y pregoneros que compran y venden dólares, predicadores y cantantes, el hombre alza su voz cual profeta para una tribuna cautiva, que oye sin remedio, que los misiles no descuartizarán solo chavistas, que aplaudir la invasión militar es acto aberrante de traición, que malparidos son a los que les corre petróleo por las venas,  y que es más probable que un camello pase por el ojo de la aguja, que los gringos logren escapar de Venezuela.

Postales del Hormiguero. Las calles de Caracas hierven en marchas contras las amenazas imperiales, las plazas se colman de voluntarios alistándose y la Venezuela toda se inflama de un sano patriotismo, de bulla colorida y estridente, de gente pacífica empujados al pacifismo, de militares militando y de militantes militarizados, de banderas y cerrojos de fusil, de originarios y criollos en bandolera, de soberanía a la sazón e infatigable resistencia.

Postal de lo cotidiano. Se instala con el café breve y la empanada casera otra nueva mañana en la esquina, la humanidad en alta rotatividad apremiada por el horario ingiere su desayuno callejero, las empleadas de tienda se maquillan en los vagones del metro y algunos pasajeros flamean cual banderas en las puertas de las camionetas atestadas. Un perro mea contra el árbol y un chamo se apoya en un muro sobre la pinta del Comandante. Los zamuros sobrevuelan el Ávila y los edificios, una pareja recibe el amanecer saliéndose de adentro de ellos y los niños reniegan de otro día de colegio.

Una pareja de sifrinos estaciona su 4x4 en el estacionamiento de la meca del consumo y los escuálidos berrean contra una dictadura que no termina de ser.

Los buhoneros ofertan a la baja antes que llegue el regateo y las calles se iluminan de motivos navideños; los parroquianos calman su sed en las tascas, los campesinos contemplan su cosecha y una lluvia mansa refresca las veredas. Los yanquis, esperan allá lejos en el mar.

Postal de la madrugada. Caracas dormita la madrugada y en el sopor del sueño la amenaza aun no es pesadilla; un perro le ladra furioso a un rabipelao que corre por el pretil del muro y una gata convoca a un concierto de maullidos urgidos; una samaritana del amor taconea su cansino aburrimiento esperando clientes, un piedrero hurga en la basura un sueño desvencijado, recoge los despojos de su desidia y mira con ojos sin brillo el amanecer que nace.

Una patrulla pasa lenta, aletargada, luminosa, atenta, en una Caracas donde las antiguas sombras despojadoras, siguen robando en el imaginario colectivo; por las calles sin luz y las avenidas iluminadas, la noche transita mansa, bostezando, arropa a Petare y llena de soledad las estaciones del Metro.

Una moto rompe el silencio y su sonido desenmascara la mansedumbre; suenan boleros en las radios y celulares de los serenos, amores que cuelgan en la percha del recuerdo y abren las llagas de los abandonos.

Miles de parejas en esta noche, se abrazan rendidos en los estertores del éxtasis, y el reloj avanza inexorable hacia el despertador, que marca un nuevo día. Los yanquis esperan allá lejos en el mar.

Postal sobre las arrugas. La revolución que hoy pretenden ahogar en hemoglobina, luce las arrugas del 2017, cuando el bloqueo económico fue tan asesino como la muerte por bala. Detrás de la Negra Hipólita se fueron los desamparados que volvieron a quedar huérfanos de toda orfandad.

La mano tendida de la revolución es desde entonces un muñón en vías de regeneración.

Postales del Metro (2). El muchacho encapsulado en la ropa raída esparce sobre el piso del vagón desde una botella que alguna vez tuvo refresco, agua con detergente aromatizado; el padre mientras cuenta los infortunios familiares se agacha y pasa un trapo con la mano, limpiando sobre lo limpio, lloviendo sobre mojado, borrando huellas de pasajeros rumbo a su estación final. El lamento trapea y el Metro avanza, el trapeo avanza y el Metro vuelve sobre sus vías, el lamento lamenta, y pareciera que la Revolución, distraída por el asedio, olvidó su destino.

Postales macondeadas. Los yanquis flotan en el mar y su presencia abre con ardor de salitre las llagas de las guarimbas que las hienas esperan repetir, agazapadas, expectantes de la avanzada del quinto de caballería.

Pero aquí, hasta la magia resiste; fue en épocas de guarimbas que Caracas amaneció cubierta por una extraña y espesa nubosidad mezclada con humareda que no dejaba ver el cielo, ni a los pilotos de traidores aviones de combate, la ciudad a bombardear.

Postal sobre la incertidumbre. Resistir es defender las certezas dice Dina; el camino del socialismo del camino bolivariano no colma sus expectativas, pero es camino.

Si la única certeza es perecer, quizás sea preferible morir de odio extranjero que de odio connacional.

La ojiva miserable está allí, apuntando latente a la dispersión de neutrones que hoy tienen cara de niños, de mujeres, de vientres poblados, de músculos laboriosos, de esperma urgente, de pensamientos profundos.

Dina llora lágrimas que no son de miedo, sino de indignación, de impotencia, de incertidumbre.

No mastica odio, mastica incomprensión.

Postal sobre la certeza. El aliento de la soldado venezolana exhala patria atravesando el pasamontañas; el sudor de la miliciana huele a la brisa mañanera de la montaña; una mano policial acaricia la culata y se transforma en paraguas de su gente. Un pescador hunde sus pies en la arena, escarba la patria, engancha en los anzuelos porciones de futuro, y se hace a la mar.

 

 

Nada deben esperar sino de ustedes mismos

  Los del Sur del continente ya lo imaginan; estoy parafraseando la frase inmortal del revolucionario, tupamaro y protector de los pueblos l...