jueves, 8 de marzo de 2012

Ponencia de Rubén Olivera en el Foro de Música Popular .

Escrito por Rubén Olivera
Subido 8 julio 2009



Para hablar de identidad parto de una definición mínima, considerándola como los códigos culturales que una comunidad comparte y que eventualmente pueden diferenciarla de otra. A partir de esto, he numerado esquemáticamente algunos puntos para facilitar la discusión.

1- La identidad es un concepto operativo. No todo lo que conforma la identidad de una comunidad puede querer ser conservado por esta. Decir simplemente que a la identidad “hay que defenderla” es una generalización. La mera diferencia o la cantidad de rasgos identitarios no garantiza la “calidad” de la identidad. El machismo rioplatense, por ejemplo, puede ser algo que yo no quiero conservar; por otra parte, una comunidad puede tener muchos rasgos diferenciales y no ser feliz, ni justa en su organización social. No hay que encarar la noción de identidad con un criterio romántico.

2- La identidad es un concepto políticamente estratégico. El tema de la identidad adquiere su importancia a partir de que la sociedad en que vivimos se organiza en base al lucro. Las áreas de poder precisan homogeneizar culturas para homogeneizar mercados. Igualar estéticas y gustos abarata costos y por lo tanto se precisa un planeta que más o menos piense y sienta igual -eso no quiere decir que se busque una homogenización absoluta, sino que es una homogenización hegemónica, en términos de Antonio Gramsci, en donde las cuotas de diferencia y variedad se pueden dar siempre y cuando no cuestionen el dominio político y económico central-. La identidad se convierte en un espacio políticamente estratégico y contribuir al desarrollo de la diversidad adquiere una importancia de tipo ecológico.
Para no caer en patrioterismo siempre conviene recordar que el concepto de Estado-Nación tal como lo concebimos en los últimos doscientos años, y que es en el que pensamos cuando hablamos de estos temas, no constituye más que una etapa histórica en los intentos de humanización de la especie. La que está en construcción es la identidad de la humanidad.

3- La preocupación por la identidad es de índole ético-política. Impronta.
En un curso en Colombia, mientras se hablaba del tema indígena, un alumno gritó diciendo ¿qué tengo que ver yo con los indios de mi país? Paradójicamente, como suele ocurrir en lugares donde hay fuertes comunidades nativas, tenía pronunciados rasgos indígenas, pero se consideraba diferente. La respuesta fue: mirá, es una buena pregunta. Podés ir a tu casa y reflexionar sobre lo que tenés que ver con los indígenas de tu país. Después dijo: -lo que pasa es que toda mi vida escuché blues y me gusta el blues. Se habló que no había problemas con eso. A mí me gusta el blues, a muchos nos gusta el blues. Hago un paréntesis para contar sobre una región de Chile (nunca supe si era verdad, pero es una linda historia), donde una parabólica se había trabado, y durante unos años sólo captó programas tejanos de Estados Unidos. Y en esa comunidad empezaron a venderse muchos sombreros tejanos, y los tipos empezaron a pararse en el bar de una manera particular, a cantar música country y a incorporar nuevos modismos en el habla. Dicen que inclusive fueron sociólogos a analizar el fenómeno. En ese caso, el muchacho que cité anteriormente podría decir: ¿qué problema hay en que me gusten los sombreros tejanos?
Hay una frase que dice: somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Estamos hablando un poco de la libertad que tiene cada uno para construir su futuro. Nadie está obligado a revisar aquello que nutrió inconcientemente su imaginario, o sea lo que ahora sería el sustrato que alimenta su “espontaneidad”. Por lo tanto, el preocuparse por el tema de la identidad parte de una opción ético-política. Esto no significa que haya que sentirse culpable por aquello que fue importante en nuestra impronta, sino que hay que hacerlo jugar a favor de nuestra singularidad: somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. A partir de esa postura ético-política viene el esfuerzo que tenemos para reconectarnos con nuestro pasado y con nuestro presente. Pero sigamos tratando de no caer en posturas románticas.

4- La identidad es un concepto de formación mestiza. Esta afirmación va en contra de otro concepto que anda por ahí, de suponer que si hablamos de identidad tenemos que hablar de contenidos “puros”. Eso no existe. Las identidades están todas cruzadas, los estadounidenses no son menos estadounidenses por la influencia negra; los españoles no son menos españoles por la influencia árabe. Y el viejo chiste aquel de que los mexicanos descienden de los aztecas y los uruguayos descienden de los barcos, más allá de que sea gracioso, está equivocado conceptualmente y equivocado históricamente. Empezando por el nombre del país y siguiendo por los nombres de su flora, fauna y toponimia, por sus costumbres, está presente lo guaraní. Y podemos seguir por lo que se ha estudiado sobre un genocidio que fue real pero que igual deja sangre indígena entre nosotros. La formación de toda identidad es mestiza, híbrida, aluvional.

5- La identidad es un concepto móvil. Como sabemos, uno de los lugares comunes que se utilizan es que a la identidad hay que conservarla y defenderla. Pero si algo está vivo, si una cultura está viva, se mueve. Entonces también hay que seguir construyéndola. Claro que es más fácil copiar el pasado que arriesgarse a proponer para el futuro, y proponer con fundamento. La dialéctica entre pasado y presente es casi una relación, diría, compositiva. Si me quedo en el pasado y sólo lo repito, me muerdo la cola todo el tiempo, pero si me olvido del pasado y hago cosas raras, me olvido que lo raro en sí mismo no es garantía de calidad. La relación es compositiva en ese sentido: cómo equilibrar redundancia y novedad. Es relación entre forma y contenido en la continuidad: quiero que en mí aparezcan los lunares y la forma de caminar de mi abuelo, pero no quiero ser mi abuelo.

6- El movimiento de la identidad en las áreas dominadas. Al imperialismo se le llama ahora globalización, para dar la ilusión de un mundo democráticamente interconectado. Los patrones de movimiento de la identidad en las áreas dominadas siempre han estado condicionados obviamente por las área dominadoras. Entonces, cuando uno se plantea a la identidad sólo como algo a ser conservado, suele ocurrir que esté eligiendo algún momento de penetración imperial para defenderlo como “lo nuestro”. Lauro Ayestarán hablaba de la polca como una especie “foránea” que se había acriollado rápidamente a mitad del siglo XIX. Todo lo que se va “acriollando” cumple algún papel funcional para un estrato de la cultura local. Eduardo Galeano, en “Las venas abiertas…” cuenta cómo en el siglo XVIII a España se le ocurre que todas las indígenas de América Latina tenían que vestirse y peinarse como ciertas comunidades españolas. A las guatemaltecas y bolivianas, por ejemplo, se las peinó con raya al medio y se les impuso largas polleras, a la usanza de las andaluzas. En la guerra de Crimea en 1853 –Inglaterra y el Imperio Otomano contra Rusia-, que duró menos de lo que pensaban los contendientes, sobraron miles de bombachas y alpargatas, que los ingleses ni lerdos ni perezosos mandaron para acá. A partir de ahí pasa a ser “parte de nuestra identidad” la bombacha y la alpargata. Se ha estudiado el caso de la editora discográfica RCA cuando en los años ‘50 elige la música del noroeste argentino para promocionarla en América Latina. Hasta hoy, incluyéndome, parte de la impronta de esa generación es la de cantar zambas y chacareras. Pero podrían haber sido otras las especies elegidas. Es que el tema no es ver de donde vino cada cosa si no el “uso social”, nuevamente en términos de Gramsci, que se le dé en relación a la defensa de los intereses populares. La identidad en el sistema capitalista se construye a partir de la omnipresencia inevitable de la oferta imperial. El cruzamiento entre lo que se propone como nuevo y lo viejo, entre lo de “afuera y lo de adentro”, se va dando como incorporaciones y resistencias que circulan en forma compleja por la heterogénea estructura de clases. A partir de allí, la construcción -o defensa y conservación- de aquello que se considera útil para la identidad-, constituye un proceso conflictivo y muchas veces difuso, lejos, como todo hecho creativo, de seguridades de manual.

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