“Un billete entre cien gana la lotería; la
Derecha deduce que todos pueden jugar, en vez de reconocer que noventa y nueve
deben perder” (Simone de Beauvoir).
Corrigiendo el
ejemplo de Beauvoir escrito en “El pensamiento político de la Derecha”, (un
libro publicado a mediados del siglo pasado), la Derecha proclama la “libertad
de que cien puedan jugar” sabiendo que noventa y nueve deben perder y exaltando
al que va a ganar.
Impone la idea de la libertad de poder
apostar, siendo su consecuencia natural que uno sólo sea el ganador, y
considera un acto de subversión que uno deba perder para que noventa y nueve puedan
ganar, instalando la idea de que el primer resultado, es de sentido común.
La buena suerte
de ganar la lotería es exclusiva,
privilegiada y minoritaria, que es la esencia y condición de la oligarquía
y a la que aspiran los burgueses.
Coloca al
servicio de sus justificaciones el idealismo
de la ley de las probabilidades, el pensamiento
religioso de ser el elegido y si nada de esto resulta suficiente, el pragmatismo mediante el imperio de la
fuerza (que implica la fuerza física pero también el orden jurídico y la
racionalidad política).
De ésta forma,
noventa y nueve están convencidos de que deben perder mientras aspiran a ser el
próximo y único vencedor.
Pero pongamos que el premio mayor no es la
lotería, sino que en el actual contexto de transformaciones en el mundo del
trabajo, el premio es conseguir un empleo, o mejor dicho El Empleo y que
además, venciendo la inmediatez y lo efímero resulte permanente, esto es, le
permita jubilarse del mismo.
En el pensamiento racional que la Derecha impone por la fuerza e instala desde los medios de reproducción ideológica (los medios masivos de comunicación, las redes sociales, programas educativos en los distintos niveles, expresiones artísticas y culturales)
¿Por qué los noventa y
nueve tendrían que aceptar compartir su suerte (competir en pie de igualdad)
con los migrantes, las minorías étnicas o raciales, o con la población no
heterosexual?
El desarrollo
tecnológico ha impuesto la imagen sobre la palabra escrita y hablada; poder ver
(incluso en tiempo real) cancela la imaginación que otrora obligaba componer la
imagen desde la palabra.
Ya no es preciso
imaginar el paisaje descripto en un texto escrito o cantado; incluso la música
instrumental de acompañamiento no esta liberada de terminar aprisionada en las imágenes de editores audio
visuales.
La IA llega con
todo su poder a instalar el fantasma de computadoras gobernando a la especie
humana; en la transición crea la imagen es la del ser, la persona por un lado y
da servida en bandeja, las respuestas.
Los noventa y
nueve que pierden e incluso el ganador dejan de ejercitar el pensamiento
abstracto; en todos los planos de su vida es de sentido común estudiar,
recrear, emocionarse, vincularse, trabajar y hasta enamorarse viviendo
cotidianamente una realidad virtual y paralela que por momentos sustituye la
realidad.
Las máscaras
Los apóstoles de los nuevos fascismos adquieren
un nivel global como en mediados del siglo pasado con un poder de penetración
mayor (pues su avance es ideológico y cultural) a pesar de no encontrarse hoy
en un estadio de conflagración bélica mundial como entonces.
Por supuesto que es un conjunto heterogéneo que
se expresa desde un fascismo descarado hasta quienes lo hacen detrás de una
máscara adornada de democracia, lucha electoral y reivindicación de la
República: ésta es la que definimos como Derecha Racional y es la que viene
venciendo en las disputas electorales, tanto accediendo al gobierno como
ganando espacios en los parlamentos, las alcaldías, los municipios, las
parroquias.
¿Qué hay de
racional en el discurso de la Derecha?; bueno esa es la pregunta que desde una
“concepción infantil” cuestiona
cierta izquierda y que responden con “la
política como el arte de lo posible” los progresismos.
Hay un marco de
disputa cotidiano que cumple el papel de brecha por donde se cuela el relato de
la Derecha Racional, o si se quiere, aprovecha una maniobra de distracción,
aunque esta no esté previamente o necesariamente planificada.
Los grandes
medios de comunicación, las redes sociales, difunden a los terraplanistas y
el debate entre lo plano o redondo del planeta se convierte en el show de
fuegos artificiales por un tiempo sin acaparar la atención más que de los
eruditos y curiosos que gozan en el placer de ser irreverentes en cuestionar
las comprobaciones científicas.
Es una Derecha Amarillista que emerge de las
catacumbas de las organizaciones políticas de ultra derecha, de las religiones
católicas y protestantes, de las élites culturales y artísticas, de una
discapacitada intelectualidad que en algún momento ejerció en el mundo académico.
Y como del otro
lado le responde a coro una izquierda
consignataria que repele por reflejo dichos discursos y blande con el huevo de gallina de Colón sobre la
redondez del planeta, la Derecha Racional, el nuevo fascismo enmascarado gana
terreno disputando a los progresismos imbuidos de precaución y renuncias su
lugar en la cosa pública.
Democracia y libertad
La Derecha ha
instalado como ley universal su concepto sobre Libertad Y Democracia.
“La palabra Democracia ha adquirido el rango
de valor social normativo y prescriptivo en la constitución de los poderes públicos
en todos los Estados modernos.
Independientemente del punto de vista que se tenga, más conservador o
reformador, más académico o administrativo, la enunciación discursiva para
adquirir el rango de legitimidad y para acceder al circuito de reconocimiento
social debe referirse de alguna manera a la “Democracia” como bien sustantivo
de la interacción colectiva. Esto muestra que esta palabra juega el papel de dispositivo
de vigencia y ascendencia del discurso dentro del campo político” (Álvaro
García Linera en “Democracia Estado Nación”)
En tanto uno de
los valores fundamentales dados a un sistema democrático es el voto popular, el
programa político que se imponga ocupa un segundo plano; sea Bolsonaro, Milei o
Trump han sido ungidos por el vox populi
vox deis.
En tanto se
conserve el Estado de Derecho (esto es acceder al gobierno sin golpes de Estado
producto de revueltas militares o civiles) se legitima el gobierno aunque se
violente por parte de la Derecha Racional, las propia instituciones que le han
dado sustento, o modifique su esencia, por ejemplo otorgando al Poder Judicial
poderes sobre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, o el legislativo sobre el
voto popular (destitución de Dilma Rousseff por ejemplo en Brasil).
Para la Derecha
Racional al frente de las multinacionales la Democracia gobernada por fuerzas progresistas y su programa también
funciona, primero porque atempera la lucha de clases (no se le puede hacer
huelga al “gobierno compañero”) pero
además porque, “ese programa si es bueno
para las grandes mayorías, luego de la victoria (electoral) no se realiza ni se
hacen esfuerzos para que se realice, porque el interés y la seguridad del
Estado lo impiden. Si se busca una mayor justicia social, se corre el seguro
riesgo de espantar las inversiones del capital extranjero que el país necesita;
si se amplían las libertades y las garantías democráticas, se puede irritar al vecino
poderoso cuya política se orienta en sentido contrario a las corrientes interna
de derecha, que son minoritarias pero tienen fuerza y dinero, y frente a las cuáles
suele ocurrir que el gobierno es demasiado débil.” (Luce Fabbri)
De la mano de la Democracia el concepto burgués de Libertad; el acceso a las TIC fomenta en
el individuo el falso concepto de ejercicio de libertad, profundizado en el
mundo del trabajo por el de oficina en
casa.
Durante la
pandemia del Covid algunos Estados impulsaron el concepto de Libertad Responsable, esto implicaba el auto
confinamiento sin necesidad de recurrir al poder coercitivo del Estado; lo urdido en un contexto sanitario vino a validar la norma del uso de la libertad responsable frente al mundo del
trabajo y la convivencia social, el uso de las redes y del consumo material en
general.
El Estado deja de
exhibir los grilletes para que los esclavos sin perder su condición se sientan
libres.
Frozen cultural
¡Libre soy, libre soy! canta la princesa
en el dibujo animado y según los estudiosos del mensaje de la película: “nos enseña a enfrentar nuestros miedos y
aceptar quienes somos; no solo nos da paz, sino que también mejora nuestras
relaciones y nuestra efectividad tanto en la vida diaria como en el trabajo”;
una Oda al carnero feliz.
Decía el cantante
chileno Víctor Jara: “La penetración
cultural constituye un árbol frondoso que nos oculta el que podamos ver nuestro
propio sol, cielo y estrellas. Por lo tanto nuestra lucha es para cortar el
árbol de raíz. El imperialismo norteamericano entiende la magia de la
comunicabilidad en la música, en penetrar en nuestra juventud con toda clase de
música comercial. Como hábil profesional ha tomado sus determinaciones:
primero, la industrialización de la canción protesta, que le sirve a sus
intereses para adormecer la rebeldía innata de la Juventud. Son ídolos que
sufren las mismas alternativas de los otros ídolos de la canción de consumo:
subsisten un instante para luego desaparecer. Por eso somos más bien cantantes
revolucionarios que de protesta, porque ese término ya nos parece ambiguo y por
qué ya está muy utilizado por el imperialismo”.
El uruguayo Alfredo
Zitarrosa hablaba de canción propuesta
en vez de canción protesta.
La industria del
cine americano vistió de Marines a Abbott y Costelo, al Pato Donald y varios
personajes de Disney generando la idea de que fue Estados Unidos y no el Ejército
Rojo el que derrotó al fascismo; la Derecha Racional elaboró una brillante
herramienta de comunicación de masas.
El poder elaborar
un trabajo artístico, cultural, académico, o simplemente profesional desde
nuestro celular (un pequeño medio de producción y reproducción) afianza esa
idea de libertad.
Naturaliza en sus
posibilidades cotidianas e instantáneas la emotividad que conlleva a estados de
resignación de las cosas, y fuera del necesario contexto, infantiliza las audiencias al decir del cubano Abel Prieto.
En Tik Tok y
otras redes sociales las potentes imágenes de no más de un minuto de soldados
ucranianos en combate, sus ciudades destruidas, orientan las audiencias hacia
la condena de la invasión rusa.
En las mismas
redes, el genocidio del ejército israelí contra el pueblo palestino orientan la
condena hasta que la masacre se hace natural, se insensibiliza a fuerza de
acceder a imágenes de muerte durante un tiempo prolongado y al final el horror
es la supuesta guerra más que los intereses de un Estado de ocupación.
Por supuesto que allí
se libra una batalla hegemónica y contra hegemónica, pero es la Derecha
Racional que se impone a las corrientes más radicales que proponen la censura, permitiendo
el “libre flujo” de imágenes y testimonios para reforzar ese concepto de libertad.
Libertad que impulsa el derecho a decir
(algo que resulta básico), pero que apunta a que los terraplanistas confundan
su derecho a sostener sus convicciones con que el resto de los mortales deban
aceptarlas sin refutarlas.
Los caminos de
resistencia a la Derecha Racional son bastantes más complejos que enfrentar al
fascismo desembolsado; hay una guerra estratégica y miles de batallas tácticas que
está en el plano cultural e ideológico que no carga la mochila del progresismo.
Aunque debe ser
librada y contar con soldados del
mundo intelectual dispuesto a combatir la Dictadura
Ilustrada incluso dentro del fuego
amigo, esa construcción y reconstrucción contra hegemónica se libra en el
terreno práctico.
Práctica de
monasterios (a modo de reservorio cultural), de los viejos ateneos anarquistas,
de los pueblos y comunas que libran una guerra asimétrica contra la Derecha
Racional.
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