“El Uruguay tiene identidad como para tres países”
, suele decir el musicólogo brasilero Guilherme de Alencar Pinto, que ciudadano casi natural, observa el Uruguay desde hace más de veinte años. El enclave geográfico del Uruguay y su embrión colonial, le fue dando una identidad multicultural que, como las distintas capas de un suelo, se fueron superponiendo. La alquimia de productos naturales conocida como cocina, silenciosa cultura sobreviviente en los fogones, es otra expresión de las diversas culturas, las fronterizas del norte, las bajadas de los barcos, las elaboradas en estas tierras y urbanidades.
El matambre , es la conjunción de dos palabras, mata y hambre que hicieron tan tradicional el corte vacuno y que convive naturalmente en nuestra lengua y paladar, como el incuestionable e intrigante, agujero del tentempié “made in Uruguay” conocido como torta frita.
Poco/as sabrán “el por que” exacto de ese agujero en la masa frita, pero pocos se animaran a denominar tal cocción en grasa con forma de long play, sin él.
Hay aspectos culturales tan vigorosos que se trasmiten de generación en generación, vía oral o escrita con escasos y tímidos cuestionamientos sobre orígenes y perdurabilidades.
La izquierda uruguaya también moldeo su cultura, a veces enredando lo cultural con lo educativo, lo pedagógico con lo formativo, el dogma con la búsqueda, el agujero con la torta.
Una cultura de izquierda venida de polizonte en la panza de los barcos , euro centrista, alternativa del eurocentrismo burgués primero y americano después, el Sputnik frente a Selecciones; cultura reivindicativa en el movimiento sindical, insurreccional o foquista,en lo político, el inevitable “Determinismo Histórico” que no fue la llegada del socialismo como predicaban los partidos comunistas y se transformo en la sensación de crecimiento electoral “in eternum”; el dogma repetido como verdad revelada que terminaba convirtiendo el Materialismo Dialectico en el peor de los Idealismos Metafísicos.
Retazos de culturas que conviven, se enfrentan, se aman; izquierda que se adormece enbeleizada en la herencia de los renglones de Martí, Neruda, Amado, Benedetti, Galeano y la otra que los ama a escondidas, que reniega en público de los excesos del libro y la teoría, exalta la praxis; sobrevuelan Vladimir y Mariátegui, flaquea Engels, a veces relucen Rosa y Gransmi, y de los desafíos de Fidel, Freire y Trias surgen nuevos cerebros latinos.
Los tímpanos convocan a la emoción húmeda de las retinas con Sampayo, los Olimas, Viglietti y La Trampa, mientras lo nuevo aun tiene escasos cantores.
Los Representantes, presas del miedo de defraudar a sus Representados asumen su discurso y limitaciones; los Delegados se abrazan al efímero poder de la Delegatura sin saber bien que le fue delegado; se consolida el exclusivo camino de la vía electoral y la balota empapela el necesario desarrollo de la conciencia.
La comunicación virtual atropella el muro, el afiche, la tertulia y nacen militantes de teclado, redes ciberespaciales; quienes sostienen desesperadamente el vinculo “face a face” con la gente de carne y hueso, se inundan a veces en el asistencialismo.
Parapetados detrás de las viejas consignas de caduca diagramación, la pereza intelectual, la ideología encapullada, exige radicales transformaciones de la superestructura sin llegar a comprender el fundamental desafío de transformar la matriz estructural productiva y capitalista para convertirlo en algo parecido a los sueños que ondulan al menos de 1789.
Culturas de “homus zurdus”, reivindicativa y protestona, revolucionaria y conservadora, programática y pintoresca, libro y andamio, tiza y surco, corbata y mameluco, colectiva y bohemia.
Amasar, freír, escurrir, cálculo de cantidad y distribución para finalmente no contemplar la realidad por el agujero de la torta frita, y antes que se enfríe la grasa.
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